Prehistoria e historia de Benalup – Casas Viejas (Parte V): Continuidad y Cambios (S. XVI-XIX)

Porenredandotemas
Una fotografía en blanco y negro que muestra una casa rural en ruinas, probablemente destruida por un incendio o explosión. En primer plano, hay vegetación densa y ramas que enmarcan la escena. La casa tiene el tejado parcialmente colapsado, con humo o vapor saliendo de las chimeneas o de los escombros. Varias personas, vestidas con ropa de época (posiblemente de los años 40 o 50), están de pie frente a la casa observando los daños. Al fondo, se ven colinas y más vegetación, en un entorno rural. La imagen transmite una atmósfera de desastre o aftermath de un suceso trágico.

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, Benalup continuó siendo una entidad rural dentro de los vastos dominios del Señorío de Medina Sidonia. Este período se caracterizó en gran medida por la continuidad de las estructuras económicas y sociales heredada de la Baja Edad Media, aunque también se aprecian indicios de una consolidación comunitaria.

El siglo XIX fue un período de profundas transformaciones en España, y Benalup, entonces una pequeña aldea conocida crecientemente como Casas Viejas, no fue ajena a estos cambios. Las políticas de desamortización alteraron drásticamente la estructura de la propiedad de la tierra, exacerbando problemas sociales y sentando las bases para los conflictos del siglo XX.

Benalup en los Dominios de Medina Sidonia: Población y Economía

La economía de Benalup siguió firmemente anclada en la agricultura y la ganadería, actividades tradicionales de la comarca bajo la influencia del Ducado de Medina Sidonia.

Los cultivos de secano, principalmente cereales, y la cría de ganado constituían la base de la subsistencia y de la renta señorial. La población de Benalup
durante estos siglos probablemente se mantuvo relativamente pequeña y dispersa, organizada en torno a las explotaciones agrícolas. Un hito importante que sugiere la existencia de una comunidad estable, aunque modesta, es la fundación de la primera ermita dedicada a Nuestra Señora del Socorro alrededor del año 1555.

La información específica sobre la demografía y la economía de Benalup en esta época es limitada en las fuentes directamente consultadas, por lo que es necesario inferirla a partir de los patrones regionales y del potencial que ofrecen los archivos ducales. Los archivos de la Casa Medina Sidonia, que abarcan ocho siglos de historia y contienen detalles sobre la vida cotidiana, la política y la economía de sus dominios, casi con toda seguridad custodian información valiosa y específica sobre Benalup durante la Edad Moderna. Estos documentos, que incluyen 6.316 legajos, representan una fuente primordial para futuras investigaciones detalladas que puedan arrojar más luz sobre la evolución de la localidad en estos siglos. La aparente falta de eventos transformadores destacados en las crónicas para Benalup durante esta era, junto con su estatus dependiente, podría indicar un período de crecimiento lento o estancamiento relativo, más que de cambios dinámicos.

Destellos de la Vida Cotidiana y Tradiciones Locales

La vida cotidiana en Benalup durante la Edad Moderna giraba en torno a los ciclos agrícolas y la «cultura del agua». La abundancia de manantiales y fuentes en el término municipal no solo garantizaba el suministro para el consumo humano y animal, sino que también posibilitaba el riego de pequeños huertos, complementando la dieta basada en los cereales.

Culturalmente, es plausible que en Benalup pervivieran tradiciones ancestrales, incluyendo posibles influencias andalusíes en la artesanía, la música o la gastronomía, que se habrían fusionado con las costumbres castellanas traídas por los repobladores.

Esta mezcla cultural es una característica de muchas zonas de Andalucía con una historia de superposición de civilizaciones. La presencia de la
ermita de Nuestra Señora del Socorro desde mediados del siglo XVI evidencia el papel central de la Iglesia Católica en la vida comunitaria, no solo como centro religioso, sino también como posible aglutinador social en un entorno rural. La resiliencia de estas prácticas y adaptaciones locales al entorno, junto con la pervivencia de tradiciones, sugiere una fuerte identidad comunitaria que se fue forjando a lo largo de los siglos, a pesar de la dependencia señorial.

El Impacto de la Desamortización.

La desamortización fue un largo proceso histórico en España, desarrollado principalmente durante el siglo XIX, que consistió en la venta forzosa de tierras y bienes que hasta entonces habían estado en manos de la Iglesia (bienes eclesiásticos) y de los municipios (bienes comunales y de propios).

El objetivo teórico de estas medidas era múltiple: sanear la hacienda pública, crear una clase de medianos propietarios comprometidos con la modernización agraria y dinamizar la economía. Sin embargo, en la práctica, y especialmente en regiones como Andalucía, los resultados fueron a menudo contrarios a las expectativas de una mayor equidad. En la zona de Casas Viejas y su comarca, la desamortización condujo a una mayor
concentración de la propiedad de la tierra en manos de una minoría de grandes terratenientes, ya fueran nobles o burgueses con capacidad económica para adquirir las fincas subastadas.

Esto supuso la consolidación y expansión de los latifundios, grandes extensiones de terreno dedicadas a una agricultura extensiva y que
requerían mano de obra jornalera. Simultáneamente, la pérdida de los bienes comunales, que tradicionalmente habían servido de complemento económico vital para los campesinos más pobres (permitiendo el pastoreo, la recogida de leña, etc.), los privó de un medio de subsistencia crucial.

Este proceso ha sido descrito como una «reforma agraria al revés», ya que, en lugar de distribuir la tierra, la concentró aún más, empeorando las condiciones de vida de una gran parte de la población rural. Esta cadena causal, que vincula las políticas de tierras del siglo XIX con la estructura
socioeconómica que alimentó la pobreza extrema y el descontento social, es fundamental para entender la tragedia que se desencadenaría en Casas Viejas en 1933.

La Difícil Situación de los Jornaleros.

Como consecuencia directa de la desamortización y la consolidación de los latifundios, la población de Casas Viejas y de gran parte de la Baja Andalucía y Extremadura pasó a estar compuesta mayoritariamente por jornaleros: campesinos sin tierra que dependían para su sustento del trabajo esporádico que pudieran encontrar en las grandes fincas, especialmente durante las temporadas de siembra y cosecha.

Sus condiciones de vida eran extremadamente precarias. Sufrían pobreza endémica, hambre crónica, desempleo estacional y una bajísima esperanza de vida, apenas superando los 40 años, con una altísima mortalidad infantil.

La falta de acceso a la tierra que trabajaban y la ausencia de alternativas económicas generaron un profundo sentimiento de injusticia y desesperación, que se tradujo en la recurrente demanda de «tierra y libertad». En este caldo de cultivo de miseria y falta de expectativas, las ideas anarquistas y anarcosindicalistas, propagadas por organizaciones como la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y la FAI (Federación Anarquista Ibérica), encontraron un eco considerable.

Estas ideologías ofrecían una explicación a su situación y una promesa de cambio radical a través de la revolución social y la abolición de la propiedad privada, aspirando a la implantación del comunismo libertario. El abandono sistémico por parte de las autoridades y los terratenientes, evidenciado en la carencia de servicios básicos como mercados, escuelas adecuadas o saneamiento en aldeas como Casas Viejas, no hizo sino exacerbar este descontento y la radicalización de una parte del campesinado.

La Emergencia de Casas Viejas como Comunidad Distinta

Fue en este contexto de transformaciones agrarias y crecimiento de una población jornalera que la aldea de Casas Viejas comenzó a tomar forma como un núcleo de población diferenciado durante la segunda mitad del siglo XIX.

Anteriormente un pequeño caserío de chozas, una taberna y una ermita, su crecimiento demográfico estuvo ligado a la necesidad de mano de obra para los latifundios circundantes, convirtiéndose en una reserva de trabajo esencial para estas grandes explotaciones. Su propio nombre, «Casas Viejas», parece aludir a la humildad de sus primeras viviendas, chozas construidas por los campesinos.

La inauguración de su primer cementerio católico en 1875 es un indicador de la consolidación de esta comunidad, que crecía orgánicamente, más como un punto de concentración de una fuerza laboral marginada que como resultado de una planificación o concesión señorial.

Bibliografía

    Publicaciones Similares